lunes, 5 de febrero de 2018

LEER LO PROHIBIDO

Con la nariz metida literalmente en un libro, Livia estaba muy lejos del mundo que la rodeaba. Desde pequeña siempre le gustó nadar contra corriente, incluso en temas de lecturas.

Le encantaban los retos o hacer lo que en aquellos tiempos estaba muy mal visto, jugar con los chicos, las niñas le aburrían soberanamente, un rato bien pero es que ...eran tan sosas…

Por eso para aliviar su soledad y aprender a olvidar, se cobijó en los pocos libros que había en casa, así que cuando su madrina la llevó con ella se deslumbró al entrar en la biblioteca. ¡Cuántos libros y todos a su disposición!

Bueno todos, todos, no, enseguida se le acercó María y le dijo: Puedes leer los libros de todas las estanterías menos éstas de la izquierda, ¿entendido? lo tienes prohibido.

Ella asintió, tenía mucho donde escoger. Todas las tardes después de la escuela se encerraba en la biblioteca y leía sin parar. Cada vez que levantaba la vista siempre leía el mismo título Los cipreses creen en Dios, de José Mº Gironella. De tanto verlo comenzó a cansarle y sin dudar lo cambió de lugar.

En su cabeza comenzó a bullir la idea de hojear algún libro de los prohibidos, solo para saber por qué razón no podía leerlos.

A escondidas fue leyendo Madrid, costa Fleming de Ángel Palomino por las pocas páginas que tenía, en él descubrió lo sórdido de la vida.

En la adolescencia pasó una temporada en casa de una amiga mientras acababan el bachillerato, en ese intervalo regresó su hermano del seminario cargado de libros de texto, entre ellos descubrieron El Decamerón de Boccaccio. Lo poco que leyeron les resultó arduo y de difícil comprensión.

A hurtadillas se lo llevaron al dormitorio y lo comenzaron a leer con avidez, cuando llegó Mario entró en la habitación echándoles una bronca monumental; se  lo arrebató, no sin antes prohibirles volver a cogerlo, diciendo" que sois unas crías".

Ellas murmuraron entre dientes" pues solo tienes cinco años más".

Ese gusanillo de leer lo raro, misterioso o prohibido la fue enganchando a lo largo de su vida.

Después en la veintena compró los fascículos de una enciclopedia de lo paranormal, en el silencio de la noche se empapaba hasta algunas cosas ponerlas en práctica, por eso de experimentar cosas nuevas.

Una mañana finalizadas las tareas, se tumbó en la alfombra del salón con los pies hacia la ventana y lo que comenzó con ejercicios de relajación se convirtió en un viaje, un viaje donde su mente estaba fuera del cuerpo. Miraba a su alrededor y  todo lo reconocía. De pronto se vio inerte en el suelo y del susto regresó a su cuerpo.

Desde entonces los ejercicios los utiliza muy de tarde en tarde y con suma precaución, el miedo a vagar por el espacio y no regresar hace que lo controle hasta le exageración.

Ahora con Internet tiene todo alcance de un clik y los documentales de sobre libros extraños la ocupan parte de su tiempo.

El manuscrito Voynich de dudosa procedencia, Las profecías de Nostradamus,  el Libro de Enoc,  el Libro de los Muertos, etc,etc.

También sigue todo aquello que encierre misterio, dudas que han llegado desde la antigüedad más remota, esa intriga le lleva a buscar los significados ocultos en la pintura.

Livia cuando se centra en una lectura policíaca es a la vez el asesino y el detective. Una lucha encarnizada del intelecto de los dos protagonistas, pero como en casi todos los libros siempre gana el bueno.

Por eso disfruta en el trayecto y hace de ello una realidad a su medida.

En éstos últimos años se interesa por la Historia Antigua, la sabiduría de aquellas gentes la fascinan.

La desaparición de la Atlántida hace que vea y lea todo lo que cae en sus manos, motivo por el cual visitó Santorini.

En una de las excursiones hacia el interior de la isla, allí donde todo fluye alrededor de las cenizas de lava, sintió como si una luz la inundara.

Con tanto caminar cuesta arriba  y el sol de julio a pleno rendimiento, necesitaba descansar.

Una benéfica siesta y se levantaría como nueva. Ese era su pensamiento pero dormirse no fue un placer. Sueños y llanto, se entremezclaban con gritos y miedo. No podía abrir los ojos, sus esfuerzos eran en vano. Tanta agitación llamó la atención de su hermana, que inquieta intentaba despertarla.

¡Livia, Livia! le decía una y otra vez, la zarandeaba y no la despertaba. Sin embargo le hablaba en un idioma que no conocía, la angustia y el dolor extremo quedaban reflejados en su rostro.

Al fin, abrió los ojos, miraba incrédula a su alrededor, se dejaba conducir por su hermana, durante unos días sintió que era una extraña en un mundo desconocido.



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domingo, 4 de febrero de 2018

TIERRA Y AGUA


¡Fuego, fuego! gritaron a altas horas de la madrugada. Las voces despertaron a los vecinos, puertas y ventanas chirriaban su pesada madera.

La casa de adobe y madera ardía como una tea.

Cuando consiguieron apagarlo, a duras penas subieron por las destartaladas escaleras del primer piso, la alcoba llena de humo no dejaba divisar el cuerpo de la anciana.

¡Martina! la llamaban una y otra vez, sin obtener respuesta. Sin luz y a tientas tocaron un bulto inerte. El humo, las toses, los gritos y el llanto componían una ópera macabra.

Allí solo había desesperación y muchas preguntas sin respuesta, la única noche que dormía sola y sin nadie a quién  responsabilizar del suceso, las autoridades determinaron un posible cortocircuito.

Sin embargo una sombra de duda y de venganza recorría las mentes de sus familiares, las bocas con las mandíbulas apretadas, en los labios un rictus de sospecha y en los ojos una mirada de furia contenida.

 Un lenguaje  cómplice sin palabras, se traducían en señales de entendimiento entre ellos.

El entierro de Martina  y el derribo de la casa centenaria de adobe, madera y teja, fue para ellos como una cirugía a corazón abierto sin anestesia.

Sufrimiento y pesar, que durante años les perseguirán. Ya no hablan de ello porque duele, todavía les duele en el alma, cuando no obtienen respuestas a los innumerables interrogantes del terrible suceso.

 Y saben de rencores acumulados, clavados en la tierra, esa tierra que conoce sus luchas y sudores constantes para sacarle el fruto de sus cosechas.

Se funden con ella, forman un todo con raíces profundas regadas con el sudor y lágrimas de sus cuerpos. Y  la lluvia de la primavera y el otoño, el frío helador del crudo invierno que esculpe cencelladas cual prodigio milagroso, y la nívea alfombra cubre el paisaje que invita a refugiarse al amor de la lumbre.

Ahora en su lugar se yergue altiva una casa moderna, de ladrillo rojo y ventanas a prueba del frío viento del Moncayo. Con calefacción central y  el confort de la ciudad que en otro tiempo pudieron soñar.

Pero le falta el sentimiento del paso de generaciones ancestrales, un alma, una identidad familiar que nunca sus paredes conseguirán atrapar.


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